La gente dice "monstruo" como si fuera algo malo. Como si los monstruos fueran solo criaturas sin rostro que nos acechan mientras dormimos cuando somos pequeños.
Nunca se dan cuenta de cuántos monstruos conocen a diario. Qué fácil es permitirse amar a alguien sin siquiera saberlo. Qué fácil es confiar en alguien que conocías, sin entender lo roto que está por dentro, pero amándolo de todos modos.
Pero nadie entiende realmente qué convierte a una persona en un monstruo hasta que se convierte en uno. Cuando el mundo te ha robado todo lo que amas y no te queda nada por lo que vivir. Cuando la oscuridad es tan acogedora que venderías tu alma al diablo si eso significara un alivio del dolor que sufres a diario.
Por eso no puedo permitir que me ame como él quiere. Amar a Everett es fácil. Es reconfortante y familiar de una manera que me calma. Pero sé que amarlo es poner su vida en peligro porque los monstruos responsables del asesinato de mi familia no pararán hasta que muera. Ni siquiera su trabajo en el FBI puede salvarme. Tal vez no lo quiera porque, al fin y al cabo, no me avergüenzo de quién soy ni de lo que hago.
No lastimo a quienes no han hecho nada malo. Protejo al mundo cuidando de quienes desatan sus demonios contra los inocentes. Para vengar a quienes me fueron arrebatados. Miro a la muerte a los ojos y coqueteo con ella, sabiendo que nada peor me puede pasar en este momento. No
soy un monstruo.
Soy una hija que perdió a su padre. Una esposa que perdió a
su marido.
Una madre que perdió a su hijo.
No soy una asesina.
Soy una eliminadora
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